INTRODUCCION
Uno de mis sobrinos que tiene 4 años vive en una granja con sus padres y abuelos, en un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca donde el sustento familiar es la agricultura y la ganaderia. El pequeño Angel, que asi se llama, desde bien pequeñito se ha familiarizado con todo lo relacionado con el campo. No le da miedo acercarse a la vacas lecheras, ni pereza en preparar a las ovejas de leche para ser ordeñadas mecanicamente. Bien sabe como se las arrea para encerrarlas en las cárceles donde se les extraerá la leche, como bien sabe cuando ya han terminado de dar su maná blanco y las suelta a la cerca. Con solo 4 añitos sabe como voltear la tierra para buscar patatas y cuales se pueden coger y cuales no. En fin, es lo que esta viviendo y lo esta aprendiendo bien. Es un niño que le gusta mucho el campo y todo lo relacionado con el. Imaginad como será el tema que lo que suele pedirle a los Reyes Magos ha sido un tractor John Deere, la cubeta de agua para regar, la pala excavadora etc. Su DVD preferido es uno comercial de la casa de tractores. Se puede pasar horas viendo este video. Un dia me pidio que le contara un cuento. Le pregunté que queria que le leyera pero no quiso. Queria que me lo inventara. Asi lo hice, me invente un cuento de dos ovejitas aventureras. Este cuento despues lo escribi, y aunque se escribir no es mi fuerte, os lo dejo aqui para que lo leais y si os gusta y teneis hijos o sobrinos en edad, pues nada contadselo. Por cierto adjunto unas fotos de mis sobrino con lo que os he contado para que veais.
LA GRAN AVENTURA DE BALARINA Y BALARONA
Por Manuel Masegosa Jiménez
Aquel invierno estaba siendo especialmente crudo. La nieve y el frío se instalaron en la comarca y mucho de los animales de la dehesa y de las granjas lo estaban pasando bastante mal. No era el caso de Balarina y Balarona, dos ovejitas de leche que con su mamá, la gran Dori, habitaban en los establos de un buen granjero. Estaban a salvo del frío y muy calentitas junto a sus compañeras de rebaño. Dos veces al día el buen granjero las ordeñaba para vaciar sus ubres y les daba su comida preferida. La jornada diaria la pasaban charlando unas con otras, pues nadie podía salir del establo por el temporal. Sin embargo una de las noches mas tranquilas de aquel invierno, todo iba a cambiar. Oyeron unos ruidos poco habituales y Dori se puso algo nerviosa. Jara, la perrita pastora no hacia mas que ladrar y ladrar. Las demás ovejas del rebaño también se inquietaron, pues los ruidos eran cada vez mas persistentes. Se oían por detrás de la ordeñadora, por la puerta de delante, incluso por el tejado se llegaron a escuchar esos ruidos. Todo el rebaño estaba expectante pero muy, muy nervioso. - ¡ Baaaalarina, Baaaalarona! Acercaos a mi y no os mováis de mi lado!-dijo mama Dori muy asustada ya, pues los ruidos eran incesantes. De pronto un enorme estruendo seguido de varias pequeñas explosiones de cristales rotos inundó todo el establo. La puerta grande de la entrada principal se había abierto de repente y un viento gélido penetró hasta el ultimo rincón. Las ovejitas se asustaron muchísimo y empezaron a correr de un lado a otro sin sentido y sin saber que hacer.
–Quedaaaaos junto a mí. No os separeiiiis- le dijo mama Dori a sus hijitas. Aquella noche después de la gran nevada, dejó un oscuro cielo raso y con una enorme luna llena que apenas alumbraba con su tenue luz invernal. Es misma luz, entraba por los ventanucos rotos de las paredes del establo y entraba también, por la puerta abierta.
Apareció en ese momento en la penumbra una sombra casi fantasmal. Una figura negra de cuatro patas se recortaba al trasluz. Sus ojos brillaban de una manera especial y su hocico entreabierto dejaba ver sus colmillos afilados y oler su fétido aliento. Era Lupu y sus secuaces, un lobo muy malo y malvado de la sierra que de vez en cuando, atacaba a los rebaños del entorno. Lupus y sus amigos estaban muy hambrientos. Empezaron a atacar a todas las ovejitas y mama Dori arremetió contra ellos. Golpeándoles en las costillas. Mientras Dori gritaba a sus hijitas asustadas –Huiiiiid, huiiiiid-. Mama Dori fue mordida por Lupu y uno de los suyos en una patita. Dori se revolvió en el suelo mientras Balarina y Balarona, miraban aterradas la situación. – ¡Huiiiiid, marchaos de aquiiiiii, y poned a salvo vuestras vidas!, volvió a gritar mama Dori a sus hijitas. De pronto Balarina y Balarona, temblando, se miraron un instante y echaron a corren hacia la puerta tan rápido como pudieron. Tanto corrieron que, incluso, fueron capaces de saltar la verja de la cerca de recreo que les tenia el granjero para su esparcimiento.
Muy asustadas siguieron corriendo a campo traviesa. Detrás dejaban los balidos desconsolados de alguna de sus amigas que estaban siendo atacadas por el malvado lupus y sus malísimos compañeros de manada. Balarina y Balarona corrieron tanto, tanto, que de pronto se dieron cuenta de que ya no veían la granja ni oían nada. Solo se oían a sí mismas, jadeantes, con la respiración entrecortada y el miedo en sus pezuñas. Balarina y Balarona, siguieron caminando con dificultad por la nieve y de repente........ Otro susto tan aterrador como el anterior. Las ovejitas cayeron por un terraplén sin poder hacer nada. Cayeron, cayeron y cayeron tanto, que sus cuerpecitos acolchados no pudieron dejar de sufrir golpes y arañazos. En el fondo de aquel túnel sin aparente salida quedaron atrapadas y malheridas. Balarina y Balarona se cayeron por el hueco abierto en el suelo que daba a una antigua mina que había entre Valderrodrigo y Encinasola.
Nadie sabe el tiempo que las ovejitas estuvieron dormidas en aquel túnel oscuro. Balarina despertó. Le dolía todo el cuerpo. Como pudo se puso de pie sobre sus cuatro patitas. Tenia una pezuña ensangrentada y esa pata no podía apoyarla bien. Balarina intento despertar a Balarona.
¡Hermaaaaana, hermaaaana, despierta por favor!. Abrió los ojos como pudo y miro a su hermana. –Me duelen hasta los rizos de la lana- contestó. Ambas sonrieron y se fundieron en un abrazo. Rápidamente pensaron en mama Dori y en sus compañeras de rebaño. No sabían lo que habría sido de ellas aunque se temían lo peor y se entristecieron mucho.
Lo primero que había que hacer en aquella galería oscura en la que solo entraba un resquicio de luz por el techo, era encontrar una salida para escapar de otra aquella situación tan peligrosa como la vivida días antes. Balarina y Balarona estaban discutiendo y pensando como debían salir de allí, pero no encontraban una solución razonable. De pronto una delicada voz interrumpió su conversación. Miraron al suelo y vieron a una pequeña lagartija verdosa que movía constantemente sus ojos y su larguísima y nerviosa cola. Era Gusi y ella vivía allí. –yo se como podéis salir- le dijo.- tenéis que seguir por este túnel y pronto veréis la luz al fondo-. Las hermanas agradecieron la información y se dispusieron a seguir adelante por el tenebroso túnel. La lagartija Gusi tenia razón. Pronto vieron una luz que se hacia mas grande cuanto mas avanzaban. Era la salida de la mina.
Muy pronto estuvieron fuera de aquel espantoso y oscuro tubo de tierra negro. El día era muy frío, pero precioso. Un sol radiante bañaba la dehesa. Las encinas les parecían más hermosas que otras veces. Comenzaron a caminar, pero en realidad no sabían hacia donde tenían que dirigirse. Balarina y Balarona nunca habían salido de la cerca del granjero y por primera vez en su vida se veían solas y desvalidas. Al poco tiempo de ir caminando vieron a una conejita con su camada. Sus gazapillos iban jugueteando y armando mucho ruido entre los jarales y las zarzas. –Buenos días, Sra. Coneja- le dijo Balarona. – Buenos días – contestó amablemente- Me llamo Leporina, ¿en qué puedo ayudaros? Preguntó. Las hermanas, entablando conversación rápidamente pues esto se les daba muy bien, le contaron la historia vivida, y la conejita y sus gazapos se pusieron muy tristes pues ellos sufrían constantemente los ataques de los feroces lobos. Leporina les indico que tenían que seguir la vereda hasta llegar a una casita blanca. Allí vivía Muuva la gran vaca. Ella les indicaría el camino a casa. Las hermanas ovejas dieron las gracias a la conejita y prosiguieron su camino. Aquella aventura les estaba gustando, pero en este momento lo que más añoraban ahora era a mama Dori. No sabían que habría pasado en la granja, no sabían cuantos días llevaban fuera de casa, pero lo peor de todo es que no sabían si iban a poder volver. Esto les asustaba mucho.
Tras caminar bastante tiempo, Balarina y Balarona hicieron un alto para descansar y comer un poquito de brotes frescos de hierba que había en algunos lados del camino, y que la nieve no había tapado. El día seguía calentando algo mas el ambiente frío e invernal. En algunos lugares la nieve ya se había derretido y unos reguerillos de agua corrían por el camino. Después de alimentarse y descansar prosiguieron su camino. Caminaron y caminaron por aquel sendero hasta que de pronto vieron una bonita casa. Pertenecía a otra granja. Allí estaría Muuva, la gran vaca. Ella les ayudaría. De pronto apareció un apuesto gallo. Se llamaba Kirico y era el gallo del corral de la granja. -¿qué hacen por aquí estas ovejitas descarriadas? Preguntó Kirico. Las hermanas volvieron a relatar lo sucedido y el gallo, orgulloso y vanidoso, dándose la importancia que solo un gallo de corral se suele dar, las llevo en presencia de la gran vaca Muuva.
Su aspecto era.......... pues de vaca, pero con un aire intelectual con aquel sombrero de paja en su cabeza y sus enormes gafas redondas. Se adivinaba claramente que aquella vaca iba a sacar del apuro a las jóvenes ovejas descarriadas. -¿Mmmmuuuuy buenos días, que os trae por aquí pequeñas ovejas?, ¿Acaso andáis perdidas y necesitáis regresar a vuestra granja? Las hermanas, sorprendidas, contestaron afirmativamente y relataron lo sucedido en la granja con todo detalle y lo que después les paso en la mina. Les dijeron como la lagartija Gusi les había indicado la salida de la mina y como, Leporina la coneja, les había ayudado señalándoles el camino que debían seguir. Muuva, que era muy sabia, las escucho atentamente. Y con la paciencia y amabilidad de una gran vaca, les dijo a las ovejas que no se preocuparan pues estaban muy cerca de su granja. Muy tranquilamente les explicó que camino debían tomar y Balarina y Balarona se pusieron en marcha, no si agradecer antes la ayuda prestada a la gran vaca Muuva y al apuesto y orgulloso gallo Kirico.
Después de un largo rato caminando, sus fuerzas empezaban a flaquear. Además, ambas estaban heridas y muy tristes. La tristeza es como una mochila pesada con la que algunas veces tenemos que cargar y que nos hace ir mas despacio y cansados. ¡Pero que nos podemos quitar cuando queramos!.- Eso es lo que pensó Balarona al reconocer en la dehesa la encina donde suelen sestear en las tardes tórridas del verano. Además por primera vez escucharon algo que les era familiar. A lo lejos se oían los ladridos de un perro pastor. Balarina y Balarona se miraron y sonrieron. A la vez gritaron. -¡Jaaara, Jaaara! Y la perrita pastora las oyó de inmediato. Su olfato no le engañaba. A lo lejos vio a las dos ovejas y estas, a su vez vieron a la querida perrita. Las tres saltaron de alegría y se fundieron en un tierno abrazo. Jara, como de costumbre, las azuzó cariñosamente para que entraran rápidamente en la cerca. Allí estaban las demás que empezaron a balar de pura alegría. La cerca de la granja era una fiesta. Todas las ovejas rodearon a las aventureras para que contaran su experiencia en el exterior. Pero Balarina y Balarona en este momento solo querían saber que había sido de Mama Dori. De pronto oyeron una voz que decía: ¿Hijas mías, hijas mías donde estáis? Pregunto mama Dori. Las ovejitas del rebaño hicieron un pasillo para que Balarina y Balarona se encontraran con su mama. Las tres se miraron. Sus ojos húmedos expresaban la felicidad del reencuentro. Todas se fundieron en un emotivo abrazo que hizo sollozar a todo el rebaño. Al fin, la familia estaba de nuevo unida.
Mama Dori estaba muy contenta y feliz. Que le faltara una patita, que el malvado Lupu le había destrozado de un mordisco, ahora no le importaba. Sus hijitas estaban de nuevo con ella, eso era lo único importante. Otras ovejas estuvieron heridas durante días como consecuencia de los mordiscos de los lobos, pero afortunadamente todo había pasado ya. Dori les contó a las jóvenes ovejas como el granjero fue alertado por los ladridos insistentes de Jara y como, con su escopeta hirió mortalmente a Lupu acabando con su vida. Los demás lobos de la manada huyeron despavoridos al oir los disparos de la escopeta. Incluso alguno de ellos también salió herido de las veces que el buen granjero disparo a aquellas sombra siniestras y malvadas. Y es que la maldad siempre tienen el mismo final y los lobos nunca mas volvieron a molestar a las ovejas.
Afortunadamente, el rebaño ya estaba completo y el malísimo Lupus ya no volvería hacer de las suyas, pues había sido eliminado ya. A partir de ahora, con el escarmiento dado a los lobos, todas la ovejitas vivirían felices y contentas en el establo del buen granjero. Balarina y Balarona cuidaron mucho a mama Dori que se recuperó de sus heridas. Jara siguió pastoreando a sus amigas y todos en la granja fueron felices por siempre jamás. Y colorin colorado, este cuento se ha acabado.
- F I N -
Por Manuel Masegosa Jiménez
Aquel invierno estaba siendo especialmente crudo. La nieve y el frío se instalaron en la comarca y mucho de los animales de la dehesa y de las granjas lo estaban pasando bastante mal. No era el caso de Balarina y Balarona, dos ovejitas de leche que con su mamá, la gran Dori, habitaban en los establos de un buen granjero. Estaban a salvo del frío y muy calentitas junto a sus compañeras de rebaño. Dos veces al día el buen granjero las ordeñaba para vaciar sus ubres y les daba su comida preferida. La jornada diaria la pasaban charlando unas con otras, pues nadie podía salir del establo por el temporal. Sin embargo una de las noches mas tranquilas de aquel invierno, todo iba a cambiar. Oyeron unos ruidos poco habituales y Dori se puso algo nerviosa. Jara, la perrita pastora no hacia mas que ladrar y ladrar. Las demás ovejas del rebaño también se inquietaron, pues los ruidos eran cada vez mas persistentes. Se oían por detrás de la ordeñadora, por la puerta de delante, incluso por el tejado se llegaron a escuchar esos ruidos. Todo el rebaño estaba expectante pero muy, muy nervioso. - ¡ Baaaalarina, Baaaalarona! Acercaos a mi y no os mováis de mi lado!-dijo mama Dori muy asustada ya, pues los ruidos eran incesantes. De pronto un enorme estruendo seguido de varias pequeñas explosiones de cristales rotos inundó todo el establo. La puerta grande de la entrada principal se había abierto de repente y un viento gélido penetró hasta el ultimo rincón. Las ovejitas se asustaron muchísimo y empezaron a correr de un lado a otro sin sentido y sin saber que hacer.
–Quedaaaaos junto a mí. No os separeiiiis- le dijo mama Dori a sus hijitas. Aquella noche después de la gran nevada, dejó un oscuro cielo raso y con una enorme luna llena que apenas alumbraba con su tenue luz invernal. Es misma luz, entraba por los ventanucos rotos de las paredes del establo y entraba también, por la puerta abierta.
Apareció en ese momento en la penumbra una sombra casi fantasmal. Una figura negra de cuatro patas se recortaba al trasluz. Sus ojos brillaban de una manera especial y su hocico entreabierto dejaba ver sus colmillos afilados y oler su fétido aliento. Era Lupu y sus secuaces, un lobo muy malo y malvado de la sierra que de vez en cuando, atacaba a los rebaños del entorno. Lupus y sus amigos estaban muy hambrientos. Empezaron a atacar a todas las ovejitas y mama Dori arremetió contra ellos. Golpeándoles en las costillas. Mientras Dori gritaba a sus hijitas asustadas –Huiiiiid, huiiiiid-. Mama Dori fue mordida por Lupu y uno de los suyos en una patita. Dori se revolvió en el suelo mientras Balarina y Balarona, miraban aterradas la situación. – ¡Huiiiiid, marchaos de aquiiiiii, y poned a salvo vuestras vidas!, volvió a gritar mama Dori a sus hijitas. De pronto Balarina y Balarona, temblando, se miraron un instante y echaron a corren hacia la puerta tan rápido como pudieron. Tanto corrieron que, incluso, fueron capaces de saltar la verja de la cerca de recreo que les tenia el granjero para su esparcimiento.
Muy asustadas siguieron corriendo a campo traviesa. Detrás dejaban los balidos desconsolados de alguna de sus amigas que estaban siendo atacadas por el malvado lupus y sus malísimos compañeros de manada. Balarina y Balarona corrieron tanto, tanto, que de pronto se dieron cuenta de que ya no veían la granja ni oían nada. Solo se oían a sí mismas, jadeantes, con la respiración entrecortada y el miedo en sus pezuñas. Balarina y Balarona, siguieron caminando con dificultad por la nieve y de repente........ Otro susto tan aterrador como el anterior. Las ovejitas cayeron por un terraplén sin poder hacer nada. Cayeron, cayeron y cayeron tanto, que sus cuerpecitos acolchados no pudieron dejar de sufrir golpes y arañazos. En el fondo de aquel túnel sin aparente salida quedaron atrapadas y malheridas. Balarina y Balarona se cayeron por el hueco abierto en el suelo que daba a una antigua mina que había entre Valderrodrigo y Encinasola.
Nadie sabe el tiempo que las ovejitas estuvieron dormidas en aquel túnel oscuro. Balarina despertó. Le dolía todo el cuerpo. Como pudo se puso de pie sobre sus cuatro patitas. Tenia una pezuña ensangrentada y esa pata no podía apoyarla bien. Balarina intento despertar a Balarona.
¡Hermaaaaana, hermaaaana, despierta por favor!. Abrió los ojos como pudo y miro a su hermana. –Me duelen hasta los rizos de la lana- contestó. Ambas sonrieron y se fundieron en un abrazo. Rápidamente pensaron en mama Dori y en sus compañeras de rebaño. No sabían lo que habría sido de ellas aunque se temían lo peor y se entristecieron mucho.
Lo primero que había que hacer en aquella galería oscura en la que solo entraba un resquicio de luz por el techo, era encontrar una salida para escapar de otra aquella situación tan peligrosa como la vivida días antes. Balarina y Balarona estaban discutiendo y pensando como debían salir de allí, pero no encontraban una solución razonable. De pronto una delicada voz interrumpió su conversación. Miraron al suelo y vieron a una pequeña lagartija verdosa que movía constantemente sus ojos y su larguísima y nerviosa cola. Era Gusi y ella vivía allí. –yo se como podéis salir- le dijo.- tenéis que seguir por este túnel y pronto veréis la luz al fondo-. Las hermanas agradecieron la información y se dispusieron a seguir adelante por el tenebroso túnel. La lagartija Gusi tenia razón. Pronto vieron una luz que se hacia mas grande cuanto mas avanzaban. Era la salida de la mina.
Muy pronto estuvieron fuera de aquel espantoso y oscuro tubo de tierra negro. El día era muy frío, pero precioso. Un sol radiante bañaba la dehesa. Las encinas les parecían más hermosas que otras veces. Comenzaron a caminar, pero en realidad no sabían hacia donde tenían que dirigirse. Balarina y Balarona nunca habían salido de la cerca del granjero y por primera vez en su vida se veían solas y desvalidas. Al poco tiempo de ir caminando vieron a una conejita con su camada. Sus gazapillos iban jugueteando y armando mucho ruido entre los jarales y las zarzas. –Buenos días, Sra. Coneja- le dijo Balarona. – Buenos días – contestó amablemente- Me llamo Leporina, ¿en qué puedo ayudaros? Preguntó. Las hermanas, entablando conversación rápidamente pues esto se les daba muy bien, le contaron la historia vivida, y la conejita y sus gazapos se pusieron muy tristes pues ellos sufrían constantemente los ataques de los feroces lobos. Leporina les indico que tenían que seguir la vereda hasta llegar a una casita blanca. Allí vivía Muuva la gran vaca. Ella les indicaría el camino a casa. Las hermanas ovejas dieron las gracias a la conejita y prosiguieron su camino. Aquella aventura les estaba gustando, pero en este momento lo que más añoraban ahora era a mama Dori. No sabían que habría pasado en la granja, no sabían cuantos días llevaban fuera de casa, pero lo peor de todo es que no sabían si iban a poder volver. Esto les asustaba mucho.
Tras caminar bastante tiempo, Balarina y Balarona hicieron un alto para descansar y comer un poquito de brotes frescos de hierba que había en algunos lados del camino, y que la nieve no había tapado. El día seguía calentando algo mas el ambiente frío e invernal. En algunos lugares la nieve ya se había derretido y unos reguerillos de agua corrían por el camino. Después de alimentarse y descansar prosiguieron su camino. Caminaron y caminaron por aquel sendero hasta que de pronto vieron una bonita casa. Pertenecía a otra granja. Allí estaría Muuva, la gran vaca. Ella les ayudaría. De pronto apareció un apuesto gallo. Se llamaba Kirico y era el gallo del corral de la granja. -¿qué hacen por aquí estas ovejitas descarriadas? Preguntó Kirico. Las hermanas volvieron a relatar lo sucedido y el gallo, orgulloso y vanidoso, dándose la importancia que solo un gallo de corral se suele dar, las llevo en presencia de la gran vaca Muuva.
Su aspecto era.......... pues de vaca, pero con un aire intelectual con aquel sombrero de paja en su cabeza y sus enormes gafas redondas. Se adivinaba claramente que aquella vaca iba a sacar del apuro a las jóvenes ovejas descarriadas. -¿Mmmmuuuuy buenos días, que os trae por aquí pequeñas ovejas?, ¿Acaso andáis perdidas y necesitáis regresar a vuestra granja? Las hermanas, sorprendidas, contestaron afirmativamente y relataron lo sucedido en la granja con todo detalle y lo que después les paso en la mina. Les dijeron como la lagartija Gusi les había indicado la salida de la mina y como, Leporina la coneja, les había ayudado señalándoles el camino que debían seguir. Muuva, que era muy sabia, las escucho atentamente. Y con la paciencia y amabilidad de una gran vaca, les dijo a las ovejas que no se preocuparan pues estaban muy cerca de su granja. Muy tranquilamente les explicó que camino debían tomar y Balarina y Balarona se pusieron en marcha, no si agradecer antes la ayuda prestada a la gran vaca Muuva y al apuesto y orgulloso gallo Kirico.
Después de un largo rato caminando, sus fuerzas empezaban a flaquear. Además, ambas estaban heridas y muy tristes. La tristeza es como una mochila pesada con la que algunas veces tenemos que cargar y que nos hace ir mas despacio y cansados. ¡Pero que nos podemos quitar cuando queramos!.- Eso es lo que pensó Balarona al reconocer en la dehesa la encina donde suelen sestear en las tardes tórridas del verano. Además por primera vez escucharon algo que les era familiar. A lo lejos se oían los ladridos de un perro pastor. Balarina y Balarona se miraron y sonrieron. A la vez gritaron. -¡Jaaara, Jaaara! Y la perrita pastora las oyó de inmediato. Su olfato no le engañaba. A lo lejos vio a las dos ovejas y estas, a su vez vieron a la querida perrita. Las tres saltaron de alegría y se fundieron en un tierno abrazo. Jara, como de costumbre, las azuzó cariñosamente para que entraran rápidamente en la cerca. Allí estaban las demás que empezaron a balar de pura alegría. La cerca de la granja era una fiesta. Todas las ovejas rodearon a las aventureras para que contaran su experiencia en el exterior. Pero Balarina y Balarona en este momento solo querían saber que había sido de Mama Dori. De pronto oyeron una voz que decía: ¿Hijas mías, hijas mías donde estáis? Pregunto mama Dori. Las ovejitas del rebaño hicieron un pasillo para que Balarina y Balarona se encontraran con su mama. Las tres se miraron. Sus ojos húmedos expresaban la felicidad del reencuentro. Todas se fundieron en un emotivo abrazo que hizo sollozar a todo el rebaño. Al fin, la familia estaba de nuevo unida.
Mama Dori estaba muy contenta y feliz. Que le faltara una patita, que el malvado Lupu le había destrozado de un mordisco, ahora no le importaba. Sus hijitas estaban de nuevo con ella, eso era lo único importante. Otras ovejas estuvieron heridas durante días como consecuencia de los mordiscos de los lobos, pero afortunadamente todo había pasado ya. Dori les contó a las jóvenes ovejas como el granjero fue alertado por los ladridos insistentes de Jara y como, con su escopeta hirió mortalmente a Lupu acabando con su vida. Los demás lobos de la manada huyeron despavoridos al oir los disparos de la escopeta. Incluso alguno de ellos también salió herido de las veces que el buen granjero disparo a aquellas sombra siniestras y malvadas. Y es que la maldad siempre tienen el mismo final y los lobos nunca mas volvieron a molestar a las ovejas.
Afortunadamente, el rebaño ya estaba completo y el malísimo Lupus ya no volvería hacer de las suyas, pues había sido eliminado ya. A partir de ahora, con el escarmiento dado a los lobos, todas la ovejitas vivirían felices y contentas en el establo del buen granjero. Balarina y Balarona cuidaron mucho a mama Dori que se recuperó de sus heridas. Jara siguió pastoreando a sus amigas y todos en la granja fueron felices por siempre jamás. Y colorin colorado, este cuento se ha acabado.
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